Lo había advertido hace tiempo, se iba a colar una entrada resumen-homenaje-guía de la aventura montañera de este verano pasado. Nada que ver con la temática del blog, pero había que dejar constancia escrita de la aventura y qué mejor lugar que donde vierto mis reflexiones. Espero que mis hipotéticos lectores, que dice mi admirado Mario, sepan comprenderlo. El relato ha tardado en llegar, cierto, demasiado. Cosas del directo. Se quejarán mis intrépidos compañeros de la tardanza, pero alguno debería entonar el "mea culpa"... sabemos de que hablamos. De hecho cabe la posibilidad de que incluya más adelante fotos adicionales pero de momento son las que hay... un año después. Pero ha llegado. Si recordáis 2012, el cuarteto se dirigió a tierras islandesas: volcanes, glaciares y algo de frío. En esta ocasión, cambiamos el frío por el calor marroquí y nos pusimos como objetivo coronar el macizo del M'Goun, en el Atlas, donde se encuentra el segundo pico más alto de Marruecos, tras el Toubkal. Empecemos.
Pero vayamos por partes. La ruta de este año supuso remontar el río Tessout por su valle hasta su nacimiento para finalmente ascender el M'Goun y descender por la cara norte. Así, las etapas fueron:
- Día 1: Viaje Madrid-Marrakech
- Día 2: Traslado (toda una aventura en sí misma) desde Marrakech a Ifoulou, e inicio de ruta.
- Día 3. Ait Hamza-Amezri
- Día 4. Amezri-Plateau Trakedit-Garganta del Wandrass (o garganta de George para los amigos)
- Día 5. Garganta del Wandrass-Plateau Tarkedit
- Día 6. Plateau Tarkedit-Ascenso M'Goun-Plateau Tarkedit
- Día 7. Plateau Tarkedit-Arous-Marrakech
- Día 8-9-10. Merecido descanso en un riad y regreso a España
Día 1: Viaje Madrid-Marrakech
Tras un viaje en avión en Ryanair sin sobresaltos pero habiendo pasado la inevitable angustia que te sobrecoge cuando pasas con tu mochila delante del personal de embarque de esta compañía, llegamos a Marrakech. La ciudad te recibe con un modesto pero atractivo aeropuerto, blanco reluciente.
Tras rellenar el formulario de entrada al país y no sin haber descubierto que hay personas que incluso en vacaciones viven estresadas, pasar el control de pasaporte (necesario que el documento sea válido al menos durante seis meses desde la entrada) y recoger las mochilas facturadas, enseguida nos dimos cuenta de lo que íbamos a vivir en múltiples ocasiones: la hospitalidad marroquí en forma de constantes sugerencias de compra. En este caso primer caso, para coger un "grand taxi", los únicos autorizados para llevar a más de tres viajeros. Mercedes de hace 20 años, con más kilómetros en sus bielas que estrellas hay en el cielo. Y ahí estaban, haciendo kilómetros por carreteras que en general y salvo las principales, nada tienen que ver con las que conocemos en España y Europa.
El caso es que decidimos bajar en transporte público, mucho más interesante para la inmersión cultural. Por 30 dirhams por persona, el autobús de la línea 19 (que por cierto gestiona ALSA) nos llevó desde el aeropuerto de Menara al mismísimo centro de Marrakech, la plaza Djemaa el Fna declarada Patrimonio de la Humanidad. En esa plaza teníamos el alojamiento de esa noche, un modesto hotel, que descubriríamos más delante es todo un clásico mochilero, el hotel Ali. Limpio, con baño en la habitación, muy céntrico, con un desayuno básico pero suficiente y sobre todo con un extremo aire acondicionado que nos recordó a las frías noches islandesas, en su versión forzada.
Tras dejar la mochilas en la habitación y ubicarnos llegó la hora de comer. Ilusos nosotros, plano en mano nos dirigimos a un restaurante que nos habían recomendado: el restaurante Al Fassia. Un lugar para degustar buena gastronomía marroquí. Después de ir en dirección equivocada por una mala marca en el plano, reorientar el rumbo y pasar un calor de mil demonios llegamos... y resultó estar de obras. Nuestro gozo en un pozo. Pero somos insistentes. Nos indicaron amablemente que había otro no muy lejos de allí... o eso pudimos comprender. Así que, de nuevo volvimos a caminar a 42ºC. Pero en esta ocasión no hubo suerte. Ni rastro de ese restaurante. Así que decidimos buscar un lugar donde comer ya, en la zona nueva donde estábamos. Una zona menos turística de la ciudad que hizo, debido al Ramadán que los locales estuvieran cerrados. Así que ya decidimos coger un "grand taxi" que nos acercara a la Medina donde podríamos encontrar algún lugar para comer...¡por fin!
Ya bien comidos, nos merecíamos un descanso después del viaje y la eterna excursión gastronómica. Fue un ligero descanso tras el cual algunos decidimos salir a descubrir Marrakech y a gestionar un "grand taxi" para el día siguiente. Aunque cuesta, al final te vas haciendo a regatear por todo, incluso a veces cuando no se debe (o eso te dicen). Es una experiencia necesaria y recomendable, aunque si eres algo perezoso puedes acabar un poco cansado.
¿Hasta cuánto regatear? La verdad es que se cumplía con cierto rigor eso que habíamos leído de "no pagar más de la mitad del primer precio que te dan". Quizá hay algo de profecía autocumplida, quien sabe. De todos modos, también es un gran criterio, incluso mejor, el que aplicaba nuestro arqueólogo: "¿Es buen precio para tí? Pues ese es un buen precio a pagar". Y es que en Marruecos también valen los principios de precio y valor de los que he hablado en más de una ocasión en el blog.
En ese pequeño paseo descubrimos una botica de la mano de un joven local. Un lugar en Marruecos que recuerda a las películas medievales en las que el curandero, brujo o mago trabajaba en las torres del castillo. Un lugar lleno de olores, colores y frascas llenas de hierbas. Y es que Marrakech es un crisol de olores, desde los mejores a los peores, todo sea dicho.
Sí, no se me olvida. Conseguimos acordar con un taxista el viaje para el día siguiente: 940 dirhams por llevarnos a Ifoulou. Parecía buen precio a la vista de otros que conocíamos. La verdad es que a casi todos los taxistas con los que hablamos coincidían en decir que la primera parte del trayecto, el tramo Marrakech-Demnate era sencillo y que la parte más costosa era la del trayecto final, con peor carretera y sobre todo unas pendientes que encarecían el viaje. Hasta el día siguiente, no teníamos otra opción que creérnoslo.
Y así pasó la tarde. Y llegó la noche. Hora de salir a cenar. Esta vez, el destino era el Jad Mahal, nuevamente una recomendación. El camino estaba controlado, no cabía pérdida y así fue. En poco más de 15-20 minutos llegamos al restaurante. Nadie nos había avisado de que se trataba de un restaurante un tanto elegante, orientado a turistas occidentales y con cierto nivel. Y claro, nosotros, montañeros de pro, el traje de gala lo habíamos dejado en España. Ante la primera mirada inquisidora del "puerta", radiografía al más puro estilo discoteca madrileña de moda que hacía pensar que no entraríamos, consultó a alguien dentro y nos permitió, en un exceso de benevolencia marroquí, entrar.
El local era impresionante. Techos altísimos, arcos, iluminación indirecta, un comedor que se articulaba entorno a un jardín, decoración tradicional pero actualizada. Una joya. Tras el cocktail de toma de contacto (en pocos lugares sirven alcohol, ni siquiera de baja graduación como la cerveza), pasamos al comedor propiamente dicho. En una esquina muy acogedora, la verdad, pero que nos olía a "a estos que no se les vea mucho". Total por una pantalones cortos en una ciudad a 42ºC y una zapatillas que podrían ser consideradas casi "cool" en España... estos señores no entienden de moda :)
Tagine, ensaladas marroquís y pastilla fue el menú. Hay que decirlo, todo fantásticamente cocinado. Una experiencia de sabores. Pero algo interrumpió la cena. Así, sin previo aviso salieron dos señoras de mediana edad ataviadas con trajes tradicionales y una bandeja con el juego de té en la cabeza. Eso es equilibrio. Allí estuvieron como un minuto moviéndose por la sala y de repente, media docena de jóvenes doncellas aparecieron en la sala bailando la danza del vientre. Ese era el espectáculo estrella del restaurante. Interesante, aunque he de decir que me quedé con un extraño sabor de boca por varios motivos. En primer lugar, se veían grandes diferencias en el nivel de danza entre las bailarinas. En segundo lugar, había un cierto tufillo, que quizá sea la tradición, puede ser, a striptease, con el personal metiendo billetes en los sujetadores de las bailarinas. Llamadme lo que queráis pero a mí me parece estropear la esencia de una danza como la del vientre por lo que representa, y por eso mismo, no me gustó demasiado el tono. En todo caso, quien sabe cuánto les pagan por bailar y quizá esa sea la manera de tener un ingreso medianamente digno... no lo sé.
En todo caso, el Jad Mahal es un lugar recomendable. Eso sí, no penséis en dejaros menos de 40 € por persona, sin excesos de por medio. Precios muy occidentales.
Y el día tocaba a su fin. Regreso al hotel para dormir. Por el camino descubrimos como la vida de Marrakech es nocturna, al menos en esa época del año. Si por el día la actividad era lenta, se veía poca gente por las calles, más allá de turistas y vendedores, por la noche Marrakech es vibrante. Atascos, claxón y muchísima gente. Coincidía además que justamente los musulmanes salían de su rezo, o eso pudimos adivinar porque muchas personas llevaban sus alfombras bajo el brazo. El Ramadán se acababa dos días después y los días estaban siendo especialmente calurosos, lo que también ayudaba a que tras el ocaso la vida volviera a bullir. Contraste brutal entre el día y la noche.
Día 2: Marrakech-Ifoulou-Ait Hamza
Tras una gélida noche en la habitación con un aire acondicionado que obligaba a taparse hasta las orejas con manta incluida, nos despertamos. Desayuno a base de café o té, zumo de naranja y tortas de maíz con miel, mantequilla o mermelada. Empaquetar y al taxi.
Y llegó la primera sorpresa. El taxista con el que habíamos acordado el traslado nos dejó tirados. En realidad, llamó esa mañana al hotel para avisar de que no vendría a por nosotros. Sin más. Suponemos que así funciona el tema. Así que, a renegociar un viaje Marrakech-Ifoulou, una ruta poco transitada y que muchos no conocían. Directos a la parada de "grand taxis" que había en la plaza Djamee al Fna. Otra vez el mismo discurso, que si el viaje se complicaba desde Demnate, que si el coche sufría que si... el caso es que de los 1300 dirhams iniciales, pudimos conseguir llegar a las 1050 dirhams por el viaje tras negociar con el "coordinador" de la parada que chapurreaba inglés y francés. Un precio que nos pareció razonable porque ya habíamos escuchado precios similares a varios taxistas. Así que, todos al coche y a disfrutar de tres horas de viaje, con aire acondicionado marroquí (como decían ellos): ventanillas bajadas.
Un viaje muy interesante para ver diferencias entre España y Marruecos. ¿Cinturones de seguridad? Eso es para europeos. De hecho casi se ofendían si intentabas ponerlo (suponiendo que el coche lo llevara). Los carriles eran meros indicativos, porque aunque se conduce por la derecha, el carril izquierdo en carreteras de doble sentido iba ocupado tranquilamente...deben ser de izquierdas. Adelantamientos, el claxon como forma de comunicación natural y muchas, muchas motos. No sé cual será el índice de siniestralidad en carretera, pero sea el que sea y visto lo visto, me parecerá bajo. También puede ser, que en Europa estemos sobreprotegidos...
Y entre pitidos, baches y calor llegamos a Demnate. Allí, el conductor nos dijo que había que hacer un cambio de taxi porque la carretera estaba mal y se necesitaba un vehículo más alto. Ya nos imaginábamos un 4x4...¡ya! Como os imagináis, no. Era un Mercedes, exactamente igual que el anterior pero más alto y más viejo. Negocian todo pero fueron justos y un trato cerrado era un trato cerrado y no hubo incremento de precio. ¡Menos mal porque estábamos vendidos! El propio taxista se lo gestionó con el nuevo conductor y listo.
Desde Demnate, un pueblo con mucha vida, la carretera empeoró y sobre todo se empinó. Ya empezábamos a adentrarnos en zona de montaña. A cada paso por un arroyo, el conductor se paraba, cogía su botellita de agua, abría el capó y rellenaba el radiador. Por momentos creímos que ese Mercedes era parecido al DeLorian de "Regreso al futuro" y consumía agua en vez de gasolina. El caso es después de un viaje de tres horas llegamos al puente sobre el río Tessout a la entrada de la localidad de Toufrine. Desde allí sabíamos que salía un camino a Ifoulou que se encontraba a unos cuatro kilómetros. Pero el camino estaba en obras y no era posible el paso de vehículos. Fin del viaje en taxi y comienzo del trekking.
En seguida se acercaron bereberes a saludarnos, a preguntar si éramos españoles y si del Real Madrid o del Barcelona. Alucinante. Tienen lo justo para vivir, pero pudimos ver en el viaje a bastantes personas con las últimas equipaciones del Barcelona, con el nombre de Neymar, Iniesta o Xavi a sus espaldas. Suponemos que imitaciones, pero ahí estaban, a la última. En casi todos los pueblos, hay una especie de campo de fútbol, con porterías construidas con tres palos y un terreno de juego pedregoso. ¡La de cosas buenas que podría hacer el fútbol para educar por el mundo! Me he dado cuenta que la influencia de este deporte llega a lugares que no me podía ni imaginar. Me sorprendió. Por cierto, el pueblo bereber es claramente culé. Quizá en ello tenga mucho que ver el trabajo del club por fortalecer su marca en el mundo.
El día pasó entre valles verdes y un calor soportable, sin haber definido previamente cual sería nuestro lugar de descanso esa noche. Finalmente a media tarde llegamos a Ait Hamza, una pequeña población bereber con casas de adobe en la que encontramos un "gîte" donde cenar, dormir y desayunar. Nos salió al camino, el que sería nuestro cicerón, Ardán (o algo así), quien nos ofreció alojamiento y comida, todo esto mediante señas. Poco útil fue el francés durante este viaje por el Atlas, pero afortunadamente el lenguaje por señas y la buena voluntad de todos por entendernos y hacernos entender fue suficiente.
Ardán nos enseñó la habitación en la que nos alojaríamos y nos guió en un paseo por su pueblo, en el que nos mostró, orgulloso, la construcción de la madraza. Un pequeño edificio con una única planta rectangular construido con bloques de hormigón, en el que aprovechaban su tejado plano para orar mirando a La Meca. Una madraza, que a juzgar por la muestra de satisfacción de Ardán, era sin duda un logro para la localidad. Y no debe ser para menos, porque la madraza significa para estas poblaciones la posibilidad de educar a los niños, quizá la mejor forma de buscar un futuro alternativo a la ganadería y agricultura, que si bien parece que permite subsistir, es sin una forma de vida sacrificada.
Tras el paseo por el pueblo y el obligado té, cena típica: una sopa blanca con sabor a leche (si alguien sabe lo que es, se agradece la información), tagine de cordero y melón. Un lujazo que disfrutamos en el patio interior de la casa de Ardán.
Me llamó la atención como la casa tenía enchufes, pero no electricidad a pesar de que la línea eléctrica pasaba delante del pueblo. También me sorprendió la cobertura de teléfono que había en Marruecos. No ha habido casi ningún lugar durante la ruta en el que no existiera cobertura de "MOR IAM" o de "MOR TEL" (compañías que parecen pertenecer a Sauron :)
Por la noche, el sobrino de Ardán, un joven que pasaba unos días en Ait Hamza y que habitualmente estudiaba Biología en Agadir, se acercó a hablar con nosotros. Tendría unos 21 años. Nos contaba en un precario francés mezclado con inglés, que pasaba el mes de agosto en el Atlas porque en verano en la ciudad el calor era insoportable. Creo que les generábamos tanta curiosidad como nosotros a ellos. Tan cerca geográficamente pero tan diferentes en tantos aspectos. Esa noche les dejamos como recuerdo una fotografía aéreas de su pueblo y unas perspectivas sacadas de Google Earth. Lo que para nosotros es tan normal, para ellos parecía ser casi un tesoro.
Y aquí acababa el primer día de ruta, no sin antes de dormir un clásico: debate nocturno. Una sana costumbre que nos hace aprender mucho y pasar un muy buen rato.
En esta ocasión, no pude tomar notas, así que la falta de memoria hará que algunos detalles se olviden. ¿por qué? Porque los bolígrafos y lápices que llevábamos no acabaron la primera jornada. Se los dimos a algún padre y algún niño que nos los pidieron a la voz de "stylo, stylo". Sí, parece muy fácil ahora, ¡pero hasta que caímos en la cuenta...! Desde luego, ver la cara de los padres y los niños al recibir eso, un bolígrafo o un lápiz, bien hubiera merecido llevar una caja de lápices para repartir, porque parece ser que no los piden por capricho, es la herramienta para que los niños puedan estudiar en las madrazas. Así que ya sabéis, si alguno va por allí, que incluya en su equipaje unos cuantos bolis y lápices.
Día 3: Ait Hamza-Amezri
Después de la primera noche y desayunar un té, con pan de torta de maíz, mermelada y fruta dejamos Ait Hamza. Eso sí, después del correspondiente pago. Nos habían dicho algunos conocidos que habían estado por el Atlas, que se pagaba la voluntad. No sé si las cosas han cambiado o estas personas se alojaron en otros lugares distintos a las "gîtes" pero en este caso, había una tarifa. Si la memoria no me falla, pagamos algo así como 400 dirhams (al cambio unos 40 €) por los cuatro. Como veis, un precio bastante razonable por una cena, desayuno y alojamiento de cuatro personas.
De nuevo un día soleado nos esperaba. De nuevo, un día tranquilo caminando por el valle del Tessout, camino de Amezri, la población más importante de la zona.
Y aunque el día no auguraba sorpresas, alguna tuvimos. Al pasar por la población de ¿Ichbaken?, como era costumbre ya, un grupo de niños se acercó pidiendo "stylos". Pero en esta ocasión, en el grupo había una pequeña, de dos o tres años que venía de la mano de otro niño de seis o siete. Supongo que el ver "occidentales" para ellos es signo de algo que ellos no tienen. El caso es que esta niña tenía una buena brecha en la parte de atrás de la cabeza. Como sabéis en el grupo, médico no llevamos, pero sí un botiquín. Con lo que llevábamos Pastor se erigió en enfermero improvisado y le hizo una cura a la pequeña. Le desinfectó la herida y le puso una venda para cubrirla. Poco más podíamos hacer. Aunque la niña al principio lloraba mucho y el niño que la traía trataba de calmarla, después se tranquilizó. Para mí, toda una sorpresa ver como ni un solo adulto del pueblo, que estaban a menos de 100 metros se acercó siquiera a interesarse por la niña. Y también la madurez de ese niño de seis años. Desde luego que viajar es una de las mejores formas de darse cuenta de lo mucho que tenemos y lo poco que lo valoramos.
Fue una tónica del viaje a lo largo del valle del Tessout. Niños alrededor de nosotros al entrar en los pueblos, como si lleváramos un tesoro, pidiendo bolígrafos o una golosina, a lo que solíamos acceder sin demasiado problema, o dinero y "souvenirs" (así lo pedían) a lo que creo que no cedimos más que en una ocasión. No nos parecía, aunque podemos estar equivocados, que dar dinero a los niños o hacerles pensar que todo lo que diéramos que podríamos llevar encima (poca cosa, por otro lado) les fuera a ser ni útil ni didáctico.
También fue habitual que los adultos nos pidieran medicamentos, en general aspirinas o antiinflamatorios. En esos casos y en lo que podíamos, les dábamos algunos de nuestros medicamentos. De hecho una de las personas que se acercó para pedirnos uno, este hombre sí que hablaba algo de francés, parece ser que nos convirtió al Islam quizá en agradecimiento, claro está sin saberlo nosotros. Nos pidió que repitiéramos unas palabras, en árabe creemos, y tras eso dijo para nuestra sorpresa: "Vous êtes muslims". Como podéis imaginar, ni idea de lo que dijimos, pero él se quedó bastante satisfecho, la verdad.
Y seguimos hasta alcanzar Amezri. Se notaba que esta población era más grande, los niños estaban más acostumbrados a ver occidentales, se acercaban con mucho más descaro, muy distinto de la curiosidad y timidez con la que en los pueblos anteriores se acercaban. Y sobre todo del "stylo" se pasó al "fiancé" y al "souvenir". En cuanto te descuidas, estás liado por algún bereber que te está guiando sin tu haberte dado cuenta. Y la amabilidad se paga, eso lo aprendimos bien pronto. En esta ocasión, un chaval de doce años, que nos llevó hasta la "gîte" de Amezri, donde un hombre mayor, canoso, con barba nos recibió. Lo cierto es que sin la yuda de este chico, habríamos tardado media vida en localizar la "gîte". Y es que la comunicación no es sencilla en este valle. El anciano nos preguntó si queríamos cenar y dormir. Y así era. Así que después de entrar en el edificio de lo que parecía ser la madraza de Amezri (o una de ellas) y descalzarnos (también aprendimos que era la costumbre) nos enseñó nuestra habitación. Tremenda habitación con vistas al río Tessout. Cogió unos colchones y unos cojines, y ya teníamos nuestra cama hecha. Y por supuesto, nos ofreció un té que bromeando llamó, "whisky marroquí". Mientras el niño seguía esperando su "pago" por los servicios prestados. Dinero no se le iba a dar, así que Julio sacrificó su gorra que pasó a manos del niño. Tal cual le hubiera tocado el gordo de la lotería.
Fue un día tranquilo, más allá de haber hecho de enfermeros y haber sido convertidos al Islam. Impresionado por las llamadas a la oración y como las personas se desplazaban con sus alfombras hacia la zona de rezo.
Impresionantes y sorprendentes, al menos yo no lo esperaba, un valle fértil y en el que no faltaba agua, aún siendo el mes de agosto. Así que, nuestro miedo por falta de agua o de mala calidad, el principal riesgo del viaje, se difuminó rápidamente. Durante todo el trayecto era posible coger agua del río Tessout que llevaba caudal más que suficiente y con un agua muy clara. Así que tras tratarla con pastillas potabilizadoras por precaución la bebíamos sin problemas (al menos, no los hemos tenido hasta el día de hoy). En cualquier caso, en nuestras paradas fue posible comprar casi a diario agua embotellada. A menudo nos decíamos: "y esta gente bebe directamente del río, sin pastillas ni nada, y ahí están". Y era verdad, pero para los que no estamos acostumbrados (biológicamente inferiores, que duda cabe), beber ese agua tal cual nos daría más de una alegría en forma de relajación intestinal. Seguro.
La cena del segundo día... un calco a la del primero: esa sopa blanquecina y tagine de cordero. De postre... no lo recuerdo. Y con la luz yéndose, ya casi en posición horizontal para recuperarse del día y debate tradicional. Esa noche el tema que surgió fue conflictivo... pero la sangre no llegó al río :)
Día 4: Amezri-Garganta del Wandrass (donde conocimos a George)
Tras el desayuno habitual, salimos de Amezri. El pueblo bullía de niños que nos seguían y de actividad. Impresionante ver a la salida de Amezri a los hombres del pueblo (porque solo había hombres allí), sentados en el suelo, todos vestidos de blanco y escuchando hablar al que parecía el líder espiritual. Serían unos doscientos o más. Al acercarnos nos quedamos un poco sin saber que hacer, porque no queríamos ser irrespetuosos ante la posibilidad de molestarles ya que para coger nuestro camino era necesario pasar delante de ellos. Así que decidimos dar un pequeño rodeo para tomar nuestro camino, todavía seguidos por los niños, cual flautistas de Hamelín. Puede llegar a ser algo agobiante, porque ni tienes mucho que darles y ellos son incansables.
Al cabo de una hora, llegaba el momento de empezar la aventura de verdad. Una decisión: o tomar el camino que sabíamos era viable o arriesgarnos un poco a investigar si era posible llegar al Plateau Tarkedit a través de la Garganta del Wandrass. No habíamos encontrado información sobre esta posibilidad pero por lo que intuíamos, merecía la pena jugárnosla. Al fin y al cabo, en el peor de los casos, tendríamos que dar la vuelta. Así que, allá que fuimos. Tomamos el camino de la derecha, el que nos llevaría a la garganta.
Y desde luego que las vistas bien merecían haber tomado ese camino. Paredes verticales, un río vivo y un sentimiento de ser muy pequeño. Las imágenes hablan por sí mismas.
Fue un camino que requería estar cruzando constantemente el río, así decidimos cambiar las botas por el calzado de agua. No era lo más cómodo pero se podía hacer y lo hicimos. Nos daba libertad y nos permitía ir más rápidos evitando estarnos cambiando constantemente. Cada curva del río era una sorpresas. Estrechamientos y aperturas en valles más amplios, siempre entre cortados verticales. Unas vistas sencillamente privilegiadas.
Pronto empezamos a darnos cuenta de que nuestra aventura se iba a complicar. Comenzaron a aparecer pequeñas cascadas. Y donde hay cascada, hay desniveles que salvar. En algún caso, se podía salvar yendo a media ladera si la orografía lo permitía, otras fue necesario hacer alguna trepada. Llevábamos unas cuantas horas encima, unas siete horas, cuando encontramos una nueva cascada. Y esta tenía peor pinta. Era más alta, de unos 8-10 metros, en un estrechamiento importante y sin posibilidad de sortearlo. Nuestra aventura en la Garganta del Wandrass se había acabado.
Eran las cinco de la tarde y apenas quedaban dos horas para acampar. Sabíamos que esa noche tocaba montar tiendas y dormir en la misma garganta... ¡no era mal plan! La verdad es que en las siguientes dos horas dando media vuelta se notaba la decepción. Intuíamos haber llegado casi al final de la garganta y haber llegado el Plateau Tarkedit, pero no pudo ser. Estábamos algo alicaídos... ¡era como si viéramos la salida, tan cerca, tan lejos! Así que, antes de que anocheciera, buscamos un lugar elevado respecto al río, razonablemente plano y montamos nuestro campamento. Cena frugal y, algo abatidos, a dormir.
Día 5: Garganta del Wandrass - Refugio del Plateau Tarkedit
Y con la fresca comenzamos a caminar. Julio abría la expedición y poco a poco comenzó a tomar altura. Íbamos comentando que estábamos ascendiendo poco a poco cuando el día anterior habíamos ido casi todo el tiempo al nivel del río. Algo no nos cuadraba. Con la cartografía en la mano, tampoco nos acababa de cuadrar nuestra posición. Parecía que fuéramos tomando un camino que figuraba en los planos pero no coincidía ni la cota ni las coordenadas, pero la dirección parecía buena. Decidimos seguir, porque todo apuntaba, aunque con dudas que ese camino acabaría cortando al "camino oficial", ese del que nos separamos para ascender la Garganta del Wandrass el día anterior.
Y así fue. El camino, en contínua ascensión nos llevó hacia el puerto de Tizi'N Rougoult que daba entrada al Plateau Tarkedit. En ese punto alcanzaríamos los 3.100 metros de altitud. La ascensión dura, soportable, pero dura. O eso creíamos hasta que un oriundo en chanclas y con un saco a la espalda nos pasó a la velocidad del rayo. Están hechos de de otra pasta. A mí, a esa altura me entró un dolor de cabeza bastante importante, y alguna náusea. Decidimos que podía ser algo de mal del altura, así que aflojé el paso, comí y pastillita al canto. No parecía importante, pero se pasa un rato malo. Poco a poco fui recuperando, aunque el mosqueo lo llevé el resto del día.
Fue un camino muy interesante. Con recintos de piedra dedicados al secado de los excrementos de animales y un paisaje que invitaba a tomárselo con tranquilidad. Estábamos cerca del refugio y aún quedaba día. Pero ocurrió lo que venía ocurriendo. El mapa estaba equivocado. Y era un error importante. No un camino desplazado unos metros de cota: ¡el refugio no estaba donde decía que debería!
Antes de nada, dejo colgada una foto de un plano rectificado con la posición teórica en planos y la real del refugio. Parece una tontería pero 3 o 4 kilómetros más que no esperabas son una mala jugada, además del momento de incertidumbre que se vive cuando no tienes ni idea de donde está tu destino. Menos mal que la vista aguda de estos exploradores distinguió a lo lejos un puntito extraño: el refugio del Plateau Tarkeditt:
Así que, hubo que continuar, ya por una zona prácticamente llana y vislumbrando al final de la explanada, el refugio.
Había sido un día duro, pero la cena que nos preparó Abdallah, nos dejó como nuevos. Un lujo a 3.000 y pico metros de altura. Había de todo lo necesario para subsistir y algo más que eso.
Tocaba descansar y pensar en el día siguiente, la ascensión al M'Goun.
Día 5: Refugio del Plateau Tarkedit - M'Goun - Refugio del Plateau Tarkeditt
Una noche tranquila. Aseo, desayuno y hacia arriba. Parecía cerca, pero había una tiradita. Después del aviso del día anterior con la altura, estaba repuesto pero decidimos tomárnoslo con calma. Vamos a divertirnos, no a que nos dé un mal. Así que piano piano empezamos a encarar el pico. Una primera zona más o menos llana, hasta que comenzaba la subida. Un 4.000 muy bonito y no especialmente exigente, al menos en esa época del año. Disfrutad de las fotos:
Al final, el día fue más tranquilo de lo esperado. Con la pena de no haber coronado, procedimos a cenar el suculento plato que el chef nos había preparado para esa noche:
Día 6: Refugio del Plateau Tarkedit - Arous - Marrakech
Una vez más, paisajes únicos de los que disfrutar a ritmo de caminata. Un placer:
Nos vemos, quizá, el año que viene... ¡seguro!
Jajaja, qué grande cronista. Se han quedado cosas en el tintero, como cuando bebimos agua del escupidero (echandole la pastilla a escondidas) jajaja, pero es que no se puede contar todo! Muy buena crónica y este año en los Alpes habrá mucho más y mejor!
ResponderEliminar¡Mi querido compañero de tienda! Siempre hay que dejar alguna cosa para nosotros. Pero la del escupidero se me pasó de verdad.
EliminarMe alegro que te haya gustado.
Un abrazo.
Yo voy a comentar algo sólo para dejar constancia de que al menos le di a la ruedecilla del ratón hasta el final de la entrada :D Y el tiempo que me llevó! no me extraña que se hiciera de rogar!
ResponderEliminarVaya, que hice algo mal y no me pilló el nombre. Segundo intento.
Eliminar¡Hola Julio! Sí, ha sido una nacimiento difícil esta vez, desde luego, y largo también. Una semana de aventuras bien lo merecían, ¿no?
EliminarEspero que no te den agujetas en el dedo de darle a la ruedecilla :)
Un abrazo.
Se echa también de menos la referencia a cómo Julio y Roi se impusieron en la carrera hasta llegar al Riad, jajaja. Es increible cómo nos perdimos por las callejuelas del mercadillo. Impresionante.
ResponderEliminarEso no lo recuerdo, serán cosas que el cerebro borra ;-)
EliminarLa de vueltas que dimos hasta llegar al riad! Muchas otras anécdotas se habrán quedado por el camino. Da para una novela!
Abrazo.
Estas cosas aunque lleguen tarde siempre son bienvenidas, Celso. Pero tienen un poquito de morro los otros tres para dejarte a ti solo con la crónica del viaje, ¿no? El ajedrecista y el matemático recibirán el correspondiente tirón de orejas, yo me encargo... :-)
ResponderEliminar¿Hola María! Me alegra volver a verte por aquí un viaje después.
EliminarLa verdad es que en este caso no me importa. Me divierte bastante escribirlo, es como vivirlo dos veces. Además, "los otros tres" después de escrito, como ves se animan a completar mis lagunas de memoria.
El ajedrecista y el matemático (y el arqueólogo) son buena gente, no seas muy dura... ¡pero tírales de las orejas igualmente! Seguro que algo habrán hecho algo malo sin que tengamos noticias y se lo habrán ganado en todo caso.
¡Un abrazo!