Después de la primera entrega del viaje y como no podía ser de otra forma, aquí está la segunda. En esta ocasión, recorreremos el valle de Kjós y realizaremos las ascensiones a los picos Tumall, Kristinantindar y Blatindur. Tres días en los que redescubrimos el placer de beber agua fresca recién cogida de un arroyo, de la inexistencia del silencio en medio de naturaleza, que cada kilo en la mochila cuenta y que la naturaleza en estado puro es abrumadoramente espectacular.
Día 3º. El Valle de Kjós y la ascensión al pico Tumall
El día empezó para nosotros a las 7.30. No es que se diga que somos muy madrugadores, pero he de decir en nuestra defensa que el día anterior había sido largo e intenso. Así, con el fresco de la mañana, que rozaba el frío y tras la primera noche de adaptación al saco, esterilla y tienda (¡cómo se echan de menos las comodidades del día a día y que poco las valoramos!) preparamos el desayuno. No recuerdo exactamente como fue. Recuerdo leche condensada, galletas, pan pero sobre todo eso que hicimos llamar "gachas". ¿Qué son las "gachas"? Algo difícilmente definible. Sobre el papel, agua con semillas de Chía. Un alimento muy completo con el que nos las prometíamos muy felices, especialmente yo, como impulsor de la idea. Algo falló en la preparación, por otro lado bastante sencilla (¡los alquimistas somos así!), que resultó una especie de gel grisáceo de aspecto bastante desagradable. Pero, las referencias de sus excelencias como complemento eran magníficas y el hambre no poca, así que nos las tomamos. Resultado: la primera y última vez que ese "alimento" entró en nuestro cuerpo. Pero quizá, la foto pueda dar una idea del engendro que se formó.
Después del desayuno, tocaba recoger el campamento. Esa noche la pasaríamos en el valle de Kjós, donde nos permitieron acampar. Simplemente increíble. Luego veréis. Fue el momento de enseñar a los veteranos como se desmonta una tienda. Quizá la memoria me falla, por supuesto de manera involuntaria, pero recuerdo haber sido rapidísimos y tanto Roi como yo, tuvimos que estar esperando minutos, que digo minutos, horas a que Pastor y Julio acabaran de organizarse.
Y ya con las pesadas mochilas a las espaldas (entre 12 y 18 kg), nos dirigimos hacia el valle de Kjós. Salimos de la zona de acampada y alli, hicimos nuestra primera foto oficial de trekking. La veo ahora y como van cambiando a lo largo de los días: cada día que pasaba con más cosas colgando fuera de la mochilas y un poco menos de orden. Pura entropía.
Y con un pie tras otro, y tras cruzar el río Morsá, llegamos a una gran llanura aluvial de pequeños cantos rodados donde la vista no alcanzaba a ver su final. Una sensación parecida a cuando se mira el mar y que a mí, personalmente, me fascina. Quizá porque en Madrid donde vivo (y supongo que ocurrirá lo mismo en muchas más ciudades), es muy difícil poder lanzar la mirada más allá de unas decenas de metros. Fue un tramo bastante cómodo, llano y sin dificultades.
Poco a poco nos íbamos acercando a la lengua glaciar Mosarjörkull y al valle Kjós, propiamente dicho. Un día espectacular, despejado y con una temperatura muy agradable para caminar. Fueron poco menos de tres horas hasta alcanzar la zona donde acamparíamos esa noche. La idea era montar las tiendas y realizar la subida al Tumall solamente con lo necesario. Y así lo hicimos. Además de que en la montaña, por lo general, suele haber buen ambiente, las probabilidades de que alguien se llevara algo eran reducidas: ¿quien querría cargar con nada de poco valor que tendría que cargar durante tres horas?. Así que con tranquilidad absoluta, preparamos las mochilas de ataque, dejamos el resto en el campamento y nos dirigimos al pico Tumall. Pero antes un pequeño refrigerio y comida ligera a base de frutos secos y fruta deshidratada y barritas de chocolate para reponer energía.
La ascensión empezaba con un tramo de una hora y media, que aunque mis amigos montañeros decían era suave, no sé si para animarme o cachondearse, a mi me rompió. Serían las ganas que tenían de ascender, pero comenzaron con un ritmo bestial. Y os doy mi palabra que nos perseguía nadie. No sé si una pájara (o el hombre del mazo que diría Perico Delgado), el cansancio del viaje o simplemente pagué el esfuerzo inicial, pero a mi aquél inicio me dejó cao. Pasado este tramo, un pequeño trecho algo más tendido hasta llegar al canal de piedra suelta y no tan suelta que había que acometer para alcanzar la cresta que nos llevaría hasta el objetivo.
La subida por el canchal, al principio, fue algo más llevadera, aunque yo no me acabé de recuperar, todo sea dicho. Alguno de la expedición decidió ir por libre, abriendo nuevas rutas. Todo un clásico. Después tuvo que confesar, fue un atrevimiento. Una subida más dura y algún resbalón, que se quedó en rasguños, típicas heridas de guerra para contar la batallita. Los demás fuimos por el camino más evidente. La subida se fue haciedno más dura, esta vez sí reconocido por todos (para mi alegría y mantener mi orgullo casi intacto). Pero el regalo que nos esperaba mereció el esfuerzo. Coronamos el Vesturhnuta. Desde allí se podía ver la ascensión realizada. Es verdad eso de que cuando algo cuesta conseguirlo, se disfruta y valora más. Para mi, fue el caso. Ya solamente quedaba crestear un poco para conseguir el objetivo. Pero en esta ocasión, no fue posible. La expedición Roi-Julio se acercaron a ver el panorama, que intuíamos complicado, para comprobar que efectivamente, no podrían coronar el Tumall. Era necesario hacer una pequeña escalada y no era cuestión de arriesgar sin disponer del equipo. Pero no pasa nada. Son los momentos para recordar que el camino es también para disfrutarlo y en esta ocasión, así fue.
Y desde la cumbre del Vesturhnuta, quedaba descender antes de que el sol se ocultara detrás del Kjósarbotn. Y emprendimos la bajada, por la misma ruta por la que subimos. Y no suele ser mucho más fácil que la subida...aunque hay excepciones. Nunca y digo nunca he visto bajar a nadie a la velocidad que Roi y Julio hicieron esa bajada. Por la cabeza se me pasó solicitar un control antidopping.
Cumplimos y antes de que el sol se escondiera tras las montañas, estábamos en la zona de acampada, dispuestos a preparar la cena y descansar después del primer día de trekking. Pero antes, recarga de agua en un arroyo. Agua pura, directa de la corriente a la boca. Fresca y riquísima. Madrid presume de tener un agua de excelente calidad, y de hecho yo lo creo, pero a veces las comparaciones son odiosas. Y el lugar para disfrutar de ese trago, inmejorable: a un lado un glaciar, con las montañas al otro y en frente una infinita llanura aluvial que parecía el mismo océano.
Y como mucho ambiente festivo no se respiraba en la zona, pronto al saco que al día siguiente, atacaríamos el Blatindur.
Día 4º. Ascensión al Blatindur
Comenzaba un nuevo día. El sol saliendo por detrás de la lengua glaciar del Mosarjökull y del monte Svathanrar. La estampa, inolvidable. Desayuno, recogida de campamento (nuevamente los novatos dieron una lección a los maestros) y a desandar parte del camino realizado el día anterior. Aproximadamente la mitad, desde donde tomaríamos una ruta hacia el este, siguiendo de manera paralela la garganta del río Blahnukadalur.
En este punto, decidimos descargarnos de peso. Así que, confiados una vez más en la bondad de los montañeros, dejamos gran parte de nuestras mochilas en ese lugar. No obstante, escondimos un poco los bultos. Por si acaso... Y proseguimos. Como sé que estaréis a estas alturas preocupados por si mi "pájara" del día anterior, era eso o que en realidad soy un flojo, debo decir, que este día las fuerzas me acompañaron. Y la verdad, es que disfruté muchísimo más el día.
Habíamos llegado al pie del Blatindur. Solo quedaba el ataque final y un tramo de cresta. El aspecto era duro. Pero estábamos allí para intentarlo. Subimos por la cara cubierta, la cara este. Las pendientes fuertes y el terreno piedra suelta. Un placer impagable para las piernas y los pies. Pero eso no fue impedimento para alcanzar la cresta. El viento soplaba fortísimo en la cumbre. Nos habían advertido de ello y que en ese caso desaconsejaban crestear para llegar al Blatindur. Tras debate interno, decidimos abortar el ataque. Tan cerca y tan lejos. Habíamos subido unos 1.000 metros y por apenas unos 100, nos quedamos a las puertas. No éramos capaces de mantenernos estables por el viento. Pero Islandia fue generosa una vez más y nos ofreció el justo premio al esfuerzo. Un murete de piedras que nos permitió permanecer un rato allí, al pie del Blatindur para gozar con lo que teníamos delante de nuestros ojos: la vista del glaciar Vatnajökull entre las montañas Farnesegjar y Nordurfell. Sin palabras.
La bajada, fue cómoda.Volvimos a disfrutar de ese agua fresca recién cogida de un río...¡si es que pide a gritos "bébeme"! Tan solo sufrimos un dolor generalizado de pies, en la última media hora del día. Demasiadas piedras y mucho peso. Y la sabiduría popular se hizo palabra en la boca de Roi: "cuando los pies dicen basta, se acabó". ¡Y qué razón tenía! El tramo más sencillo nos costó horrores. Lo que no había conseguido la ascensión al Blatindur, casi lo consigue un camino llano...pero solo casi.
Y cansados pero contentos, nos disponíamos a remata el día: montar tiendas, ducha, cena y al saco. Lo pudimos lograr casi todo... menos la ducha. Quizá lo que más necesitábamos y deseábamos. Pero los horarios islandeses de atención al público en ese camping acababan a las 18.00. Y llegamos algo más tarde, así que no pudimos conseguir las monedas 32 monedas de 50 coronas con las que funcionaban las duchas. Así que aseo de emergencia, utilizando métodos no del todo ortodoxos, pero efectivos 100%.
Esta noche el chef Roi nos deleitó con un suculento plato de pasta con atún. Los aperitivos, tampoco faltaron, mejillones y sardinillas. Sobremesa, charlas en las tiendas, al saco y a descansar. Eso si el viento nos lo permitía.
No me distraigo. Nuevamente, nos advirtieron de que el viento estaría soplando con fuerza desde el este todo el día, por lo que el ascenso al pico estaba desaconsejado, porque precisamente esta ascensión se realiza por la cara que ese día azotaba el viento. Pero aún así nos fuimos hacia allí, porque la ruta lo merecía y algún pico por la zona había que podía ser interesante. Y recordad, que el camino también se disfruta.
La ruta impresionante. También de las de subida constante, mantenida, nada de grandes pendientes al menos hasta que se llegaba al pie del pico. Durante toda la ascensión, el glaciar Skaftafelljökull nos vigilaba desde el este. Impacta ver la inmensidad del hielo, de la montaña y como poco a poco vas descubriendo detalles que te pasaban desapercibidos, colores que cambian según incide la luz en el terreno...alucinante. Creo que por mucho que os lo cuente no seré capaz de transmitiros la luz, el color, el sonido del viento, lo que se siente en el medio de aquella maravilla.
Y habíamos llegado nuevamente al pie de un pico. Esta vez la decisión fue sencilla. El viento no amainó en toda la subida y la ladera por la que había que ascender estaba muy expuesta. Resultado, el Kristinartindar tendría que esperar para otra ocasión. Pero había otro pico al lado (Nyrdri-Hnaukur, aunque con miedo a equivocarme), con una subida más protegida... pues ya está. Dicho y hecho. Para arriba que íbamos. Pastor a todo trapo, Julio a la zaga, Roi algo retrasado (me refiero a su posición) y yo, vigilando desde la cola que todo iba bien ;-). Una subida dura, sin contemplaciones. Y como nos venía acostumbrado el país, nuevo regalo. Una generosidad nunca vista antes.
Y cuando se sube, hay que bajar. No nos íbamos a quedar allí eternamente. Lo hicimos por el lado oeste del promontorio. Una ruta circular, en esta ocasión. Esta vertiente proporcionaba una vista privilegiada del valle de Kjós, la zona de acampada del tercer día y de los picos Tumall y Blatindur. Un descenso tranquilo, entre ese verdín tan característico de esta zona. Si hay algún color que me llevé la sensación caracteriza esta zona de Skaftafell es el verde. Aunque lo que la hace impresionante, son los contrastes, sin duda.
Y entre vistas desde la altura de casi todo lo que ya os he contado transcurrió la bajada hasta el camping de Skaftafell.
Ese día, sí que hubo ducha homenaje...cinco minutos de magnífica, revitalizante y maravillosa ducha de agua caliente. Sí, pudimos conseguir las moneditas esta vez. Y con el tiempo que teníamos de sobra, hicimos la colada como mi abuela, con jabón Lagarto. Eso sí aprovechamos los avances para secarla un poco más rápido, utilizando la secadora. Y el día se acababa con la cena y con nuestra última noche en Skaftafell.
Al día siguiente, a las 8.00 salía el autobús que nos llevaría al punto para comenzar la travesía Landmannalaugar-Skógar.
Geniales las fotos. Divertido el relato. La sana envidia me corroe. Gracias por el relato.
ResponderEliminarHola Albanel! Me alegra saber que te ha gustado, siempre anima a seguir escribiendo. Espero en breve tener la tercera entrega. Gracias por leer el blog.
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