Aunque esta vez ha costado regresar, aquí tenéis la tercera entrega del fantástico viaje a Islandia. Después de los cinco primeros días que pasamos entre el viaje de ida y las rutas en la zona del Parque de Skaftafell, llegaba el momento desplazarnos a Landmannalaugar, donde empezaríamos una de las travesías más conocidas del trekking a nivel mundial. Dos jornadas en las que pudimos comprobar la riqueza paisajística de Islandia: coladas de lava, desierto de arena negra, fumarolas, hielo, ríos, lagos y bosque. Y todo en apenas 50 km de ruta. ¡Pasen y vean, están invitados!
Día 6: Adiós Skaftafell, hola Landmannalaugar
Y el día comenzó a eso de las 6.30 de la mañana. El autobús que hacía la ruta desde el camping de Skaftafell arrancaba a las 8.00 y antes de eso, teníamos que cumplir con el ritual: desayuno, recogida de tiendas y preparar las mochilas. El día amanecía frío pero sin lluvia, que todavía nos estaba respetando. Los días anteriores habían pasado factura y ya había alguna dolencia, que aunque sin importancia, era bastante dolorosa. Una de las botas me había hecho una herida en el talón, que aunque de tamaño nada llamativo, sí que habia hecho una herida que me impedía caminar en condiciones. Lo cierto es que las botas, esas compañeras tan importantes, estaban más que usadas, pero siempre hay sorpresas. Con algo de preocupación por el dolor, pero con la esperanza de que un día de viaje sin caminar me ayudaría a curar la herida, subí al autobús. Cinco horas por delante nos esperaban. Aunque podía parecer un viaje más, Islandia no da tregua y hasta una mañana en autobús puede resultar más que interesante.
Nuevamente, Reykjiavik Excursions fue nuestra opción de traslado (en realidad, en este caso, era la única). Esta ruta solamente estaba abierta en algunas épocas del año ya que las "carreteras" por las que discurría no siempre estaban en condiciones de ser utilizadas.
Como era habitual, el viaje tenía paradas en gasolineras y lugares turísticos con cierto interés. Esta vez, tan solo hubo tres paradas intermedias. La primera en una gasolinera en Kirkjubæjarklaustur (ahí es nada), la segunda en Eldgjá y una tercera muy breve para sacar esas foto panorámica que todo turista desea.
Ni que decir tiene, que la parada en la gasolinera no dio mucho de sí, salvo por la compra de unas galletas y algo de bebida. Y es que ya se sabe que todo viaje en autobús que se precie debe incluir este tipo de avituallamientos. Y también numerosas cabezaditas que permiten ir recuperando fuerzas.
No soy ni mucho menos un experto en estos temas, pero por lo que pude leer se formó a partir de una de las grandes explosiones volcánicas de la historia geológica reciente. Y a poco que uno se fije en lo que allí le rodea, podrá descubrir una variedad de estructuras geológicas y morfológicas y leer incluso parte de la historia de su formación. Porque la geología es una ciencia forense. A partir de indicios observados y con mucho conocimiento detrás, se puede relatar la historia de lo sucedido en el pasado, en este caso, de nuestro Planeta. Una de esas ciencias que merece la pena conocer, aunque sea un poco, porque es muy agradecida.
Tras cinco horas de viaje y algunas paradas, alcanzamos la zona de acampada de Landmannalaugar.
Y si de ritual hablaba a principio del día, de ritual hay que hablar cuando se llega: inscripción, reconocimiento de la zona, elección del lugar para ubicar las tiendas...y montarlas. Esas tiendas eran nuestro cobijo, así que tanto o más importantes que el comer. Y esa noche parecía iba a ser complicada por el viento que soplaba, así que rodeamos la tienda de piedras para evitar, en la medida de lo posible que el viento atravesara la tienda de lado a lado.
Y tras varios días de trekking, un regalo para el cuerpo. Como habíamos llegado a una hora más que razonable y acordado descansar el resto del día para intentar recuperarnos (recuperarme) de las "heridas de guerra", aprovechamos lo que la naturaleza nos ofrecía: baños termales. La energía gotérmica de la presume Islandia (y que aprovecha de manera muy inteligente) adoptaba en Landmannalaugar la forma de pequeñas lagunas de agua caliente. Fue un lujo, con el fresquete que hacía, pasar unas horas a remojo en bañador y con aquel entorno dentro de un agua a unos 30º-35ºC. Para muestra, unas fotos.
Después del homenaje térmico-acuático, y ya con las tiendas en orden, nos acercamos al supermercado de la zona de acampada. Era casi curiosidad porque nos habían comentado que era un autobús...y menudo autobús. Un autobús de al menos cincuenta años de antigüedad reconvertido en tienda en la que podías encontrar lo básico y poco más. En realidad, bastante más que "poco más" y menos de lo básico. ¿Por qué hasta seis tipos diferentes de salsas y no se podía comprar pan de molde? Sin embargo, caímos en la tentación de un plato caliente de albóndigas de pollo. Fue una decisión arriesgada ya que por el aspecto parecían cualquier cosa, pero ya que estábamos. Y algo de cuscús, para complementar a lo que llevábamos en las mochilas que se no hacía un tanto justo para los tres días que nos quedaban de ruta.
La noche estaba realmente fría, lloviznaba y el viento soplaba con fuerza. Costaba mantener encendido el hornillo, pero lo conseguimos. Las albóndigas fueron alabadas y condenadas casi a partes iguales. Aunque entraban bien, lo cierto es que esa salsa indescriptible en la que iban bañadas, una mezcla entre salsa barbacoa, melosa, picante y especiada, empezaba a siendo agradable para acabar siendo una auténtica bomba. Pero, como dice la sabiduría popular, para el hambre no hay pan duro.
Esta zona de acampada era más austera que la precedente. Más sucia en comparación y con menos servicios. Nos llamó la atención. Quizá porque un camping en una zona con un especial interés en España estaría copada por más de un restaurante, algún mini-mercado o algo similar, que a la vez de servicio sería un negocio para el que lo regentara. Pero en Islandia no es asi. Nos llevamos la sensación, por esto y por otros detalles, que simplemente lo quieren de esa manera y punto. Supongo que unos vemos el negocio del turismo y ellos la manera de preservar lo más natural que se pueda sus recursos. Y desde luego que lo consiguen. Quizá algo excesivo, porque sí que echamos en falta algún lugar para adquirir comida de la más elemental.
Y así, llegó la noche. A las tiendas y como no, las habituales charlas. Esta vez en la tienda de los novatos, Roi me dio una clase magistral sobre el mundo del ajedrez, sus entresijos, las piezas y las fichas (descuida que ya lo tengo clarísimo) y una disertación interesantísima sobre quien es el mejor ajedrecista de la historia. Aunque postuló a Bobby Fischer (por cierto, enterado en Islandia) y Gary Kasparov como los dos en liza, tras la charla, me quedo con el primero. Es cierto que parece que siendo purista, Fischer no llegó a conseguir los títulos del segundo, pero también es cierto que se retiró pronto. Quizá ese velo bohemio que me parece le rodea, me gusta. Y es cierto, que por lo que me pudo contar Roi, que de esto algo sabe, el ajedrez ha evolucionado (o involucionado) mucho y la tendencia actual es a jugar menos por sentimiento y mucho más por memoria (la que Kasparov, por cierto, todo un prodigio). Y entre preguntas y respuestas y hasta metafísica de por medio (¡qué os creíais!), se nos hizo algo tarde y el sueño se apoderó de nosotros, así que dimos por cerrada la velada.
Día 7: Landmannalaugar-Refugio
Y tras la gélida noche, amanecimos con el sonido de las malditas ovejas baladoras que también nos acompañó durante la noche. Toda la noche, balando y balando al lado de la tienda, para rematar una velada perfectamente imperfecta. Y según amanece, van y se retiran de la zona de acampada a la zona de pasto. Si es que...
Desayuno, desmontaje de tiendas, carga de mochilas y adelante, que otro día nos esperaba. Sí, no me he olvidado de los dolores. Amanecí con las molestias bastante reducidas. Quizá las ganas, quizá el frío, quizá quien sabe, pero mucho mejor y con fuerzas para seguir.
Después de disfrutar de un magnífico amanecer tras las montañas de Barmur, comenzamos a caminar, para abandonar el paisaje ocre y adentrarnos en un mar de lava solidificada. Y el día transcurrió sin sobresaltos, con una variedad de paisajes imposible de imaginar y la alargada sombra de Miss England, una inglesa de mediana edad y sonrisa amable con la que coincidíamos en cada ocasión que parábamos a contemplar el entorno o tomar aire. Lenta pero incansable.
Fue un día con dos vadeos de ríos de aguas gélidas (el río Grahagakvísl tras la durísima bajada desde Hrafntinnusker que pasó factura y poco antes de encarar la recta que llega al lago Álftavatn y el río Brattahálskvísl al dejar la zona de acampada de existente en esta misma zona). Color negro, tonos ocres sulfurosos, granate y blanco. Fumarolas, olor a azufre, trazado rompepiernas y todo mezclado con ese verdín casi fosforescente y omnipresente en todo nuestro viaje.
Y comenzó la lluvia al final del día. Y no dio tregua. Así que a la vista, de la noche anterior, el viento que soplaba, la mojadura que llevábamos y las previsiones de lluvia para el día siguiente, decidimos dormir bajo techo de madera y pasamos la noche en un refugio, en lugar de en las tiendas. Y desde luego que nuestros cuerpos lo agradecieron. No recuerdo (ni recordamos) e nombre del lugar donde dormimos. Solo os puedo decir que estaba al sur del refugio del lago Álftavatn, a unos 4 km de distancia y en un valle que decían era precioso. Nosotros no lo llegamos a apreciar por la niebla y la lluvia que caía. Además, celebramos en el el refugio nuestra primera comida en siete días a cubierto, sin frío ni viento. Y con regalo. En agradecimiento por prestar una navaja suíza a un grupo organizado que se alojaba en el refugio, amablemente nos obsequiaron a cada uno con un generoso cuenco con yogur y frutas...¡todo un lujo propio de los mejores restaurantes! O al menos eso nos pareció. Rico y con fundamento. Y qué decir de dormir a cubierto, calentitos y sin pasar frío...¡hotel de cinco estrellas!
Y para acabar el relato del día, no aburriros con más rollo y para darme un respiro de escribir (porqué no decirlo), elimino las palabras. Relajaos y disfrutad de las imágenes.
Día 8: Refugio -Thórsmörk
Tras una reparadora noche (os aseguro que caí como un bendito) y después del frugal desayuno de barritas de cereales, comenzamos un nuevo día. Al despertarnos nos dimos cuenta de lo acertada de la decisión de dormir bajo techo. Un viento y una lluvia bastante fuertes nos dieron los buenos días. Lo que nos esperaba era un extenso desierto de arena negra y verdes montañas forradas de ese verde islandés que se elevaban desde la planicie. Un día sin apenas subidas o bajadas, más que de manera puntual y dos vadeos de ríos. Y lluvia, mucha lluvia durante la jornada entera. La que no cayó el resto de los días, la tuvimos en esta jornada.
El día transcurrió entre algunas rodillas lastimadas, botas que se desmontaban y que harían, previsiblemente, su último trekking, alguna pájara porque estábamos con los víveres bajo mínimos (aunque teníamos semillas de Chía, como recordaréis, no eran una opción) y como digo, mucha lluvia.
Lo más destacable, con la excepción de los paisajes, fue el vadeo del río Markarfljot antes de alcanzar el bosque de Thórsmörk (¡sí, un bosque con árboles!, algo casi insólito en Islandia). Un vadeo largo (unos 100 metros entre canales e islas intermedias), con cierto caudal y un agua especialmente fría. A mí personalmente, me resultó un vadeo doloroso. A mitad de trayecto entre las orillas dejé de sentir los dedos de los pies de lo fría que bajaba el agua. Y no recuperé la sensibilidad hasta bastante tiempo después. Menos mal que el destino del día, una de las zonas de acampada de Thórsmörk, no estaba demasiado lejos. Casi tengo que ser rescatado, pero esto es una historia entre lamentable y jocosa, que quedará solo para nosotros. No es necesario hacer leña del árbol caído.
Esta noche nuevamente y tras el día que pasamos bajo agua, volvimos a dormir bajo techo en una cabaña. Pequeña pero acogedora y con calefacción. Por supuesto, ducha de agua caliente esta vez sin límite de tiempo porque el contador estaba estropeado, así que buffet libre de ducha. En cualquier caso, no abusamos quizá porque en los vestuarios había un ir y venir de germanos (o similar, no les escuché hablar, solamente hacían sonidos guturales) "muy alegres" celebrando lo que parecía una despedida de soltero o una simple reunión de amigos.
Eso sí, nuestra cena fue de órdago. El camping tenía un buffet libre y otra cosa no, pero hambre y ganas de una comida en condiciones había y muchas. Así es que os podéis imaginar. Todo lo que comimos nos sabía a gloria. Y es que no hay nada como estas experiencias para darse uno cuenta de la comodidad en la que vivimos y de la que muchas veces, si no todas, tan poco apreciamos.
Solo nos quedaba valorar si afrontaríamos la última etapa. Estaba en los planes, pero siempre la habíamos considerado una guinda, el último regalo islandés. Consistiría en una subida al collado entre el volcán Eyjafjalla (ese que en su última erupción puso en jaque a la aviación europea durante algunas semanas) y su hermano mayor el volcán Katla y posterior bajada a Skögar. El debate surgió por el estado de alguna de las rodillas de los aventureros que llegaba bastante maltrecha después de las dos etapas anteriores, en particular de la bajada desde Hrafntinnusker y la previsión del tiempo. Las previsiones eran malas y el gran atractivo del día era poder ver los volcanes, disfrutar de las vistas y del paisaje que se había formado a raíz de las recientes erupciones. Todo parecía indicar que la niebla impediría disfrutar del día. Así, se decidió posponer la decisión hasta el día siguiente para ver como se recuperaban los cuerpos y como amanecía.
Día 9: Thórsmörk-Skögar
Amaneció y las peores previsiones parecían cumplirse. Tanto las climatológicas como las físicas. No obstante, fuimos a preguntar a los rangers y efectivamente nos confirmaron que en la cima había niebla y nada indicaba que fuera a mejorar. Con algo de pena pero con la satisfacción de lo recorrido y el honor intacto (no pudimos abordar el collado por causas ajenas a nuestro estado físico...no se engaña quien no quiere) desayunamos y tras recoger la cabaña y las mochilas pasamos la mañana ojeando fotos, escribiendo mensajes a familia y amigos a través del wifi (sí, estábamos casi en la civilización) y esperando al autobús que nos llevaría a Reykjavik. Adelantaríamos el viaje a la capital un día a lo previsto, pero no habíamos viajado a Islandia a luchar contra los elementos.
Así, la etapa se vio modificada a un Thórsmörk-Reykjavik en autobús. También una aventura donde los "autobuseros" demostraron su habilidad y los viajeros sus nervios de acero para no salir corriendo (aunque llegado el caso, no habríamos llegado muy lejos). El vadeo del río a la salida de la zona de acampada fue espeluznante: verte en medio de un río con un caudal importante, el autobús ladeado...pero sobrevivimos y debemos ser unos blandos porque los conductores ni pestañeaban.
Los dos días que pasamos en la ciudad aunque fueron más que interesantes, probamos la gastronomía local (ballena, frailecillo y las típicas patatas fritas con pescado rebozado, sí fish&chips) y visitamos la ciudad y alrededores, desde luego se quedan pequeños a lo que los días previos pudimos ver y vivir. No quiero desmerecer el complejo termal de Blue Lagoon, ni la propia ciudad de Reykjavik, ni la noche islandesa... pero que queréis que os diga, la experiencia vivida y los lugares que durante los nueve días anteriores pudimos contemplar ganaron por goleada.
Y hasta aquí llega el trekking islandés que me ha encantado contaros. Si tenéis oportunidad y os gusta la naturaleza, os recomiendo visitar esta isla, en la que podréis encontrar actividades para todos los gustos y edades en un entorno extraordinario.
Espero que hayáis disfrutado del viaje en compañía de Julio, Roi, Pastor y de mí mismo, tanto como yo me he divertido escribiendo estas tres entradas...que bien pudieron ser cuatro, pensará alguno...
Amigos, seguimos en contacto.
Nota de 14 de noviembre de 2012: causalidades de la vida, me acabo de enterar que ese refugio donde hicimos noche el séptimo día es el refugio del valle de Hvanngil.
Oleeeeee ese novelista!! Qué gran viaje y que gran compañía. El año que viene a los Andes!! Aunque mi rodilla todavía nadie supo decirme lo que le pasa... sigue dando problemas.
ResponderEliminarGracias compañero! Seguro que para el año que viene, esa rodilla está recuperada.
EliminarUn abrazo.
jaja, efectivamente, pudieron ser cuatro :DD hasta se agradece que te demorases un poco en escribir esta última entrega para refrescar un poco los recuerdos de tan grato viaje :D
EliminarPues sí, podían ser cuatro, que tres saben a poco, por lo que se puede apreciar!
EliminarY claro que mejorará esa rodilla, Roi. Si no, la amenazamos con substituirla por una de titanio de última generación y todo resuelto!:D
Gracias por llevarnos de excursión desde la distancia, Celso.
Bolsillos llenos de envidia, y nada de sana, que la envidia nunca puede ser sana!
¡Hola Julio! Me alegra verte por aquí. Sí, la tardanza vino bien para exprimir la memoria, pero seguro que se me han escapado anécdotas que merecían ser contadas. El año que viene, ojalá podamos escribir otra saga.
EliminarY, María ten por seguro que a Roi lo recuperamos para la próxima aventura. No sería lo mismo sin él. Y la envidia, sino lleva malos deseos, porqué no va a ser sana. Gracias por leer el blog.
Abrazos.