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Después de la primera entrega del viaje y como no podía ser de otra forma, aquí está la segunda. En esta ocasión, recorreremos el valle de Kjós y realizaremos las ascensiones a los picos Tumall, Kristinantindar y Blatindur. Tres días en los que redescubrimos el placer de beber agua fresca recién cogida de un arroyo, de la inexistencia del silencio en medio de naturaleza, que cada kilo en la mochila cuenta y que la naturaleza en estado puro es abrumadoramente espectacular.
Día 3º. El Valle de Kjós y la ascensión al pico Tumall
Después del desayuno, tocaba recoger el campamento. Esa noche la pasaríamos en el valle de Kjós, donde nos permitieron acampar. Simplemente increíble. Luego veréis. Fue el momento de enseñar a los veteranos como se desmonta una tienda. Quizá la memoria me falla, por supuesto de manera involuntaria, pero recuerdo haber sido rapidísimos y tanto Roi como yo, tuvimos que estar esperando minutos, que digo minutos, horas a que Pastor y Julio acabaran de organizarse.
Y ya con las pesadas mochilas a las espaldas (entre 12 y 18 kg), nos dirigimos hacia el valle de Kjós. Salimos de la zona de acampada y alli, hicimos nuestra primera foto oficial de trekking. La veo ahora y como van cambiando a lo largo de los días: cada día que pasaba con más cosas colgando fuera de la mochilas y un poco menos de orden. Pura entropía.

La ascensión empezaba con un tramo de una hora y media, que aunque mis amigos montañeros decían era suave, no sé si para animarme o cachondearse, a mi me rompió. Serían las ganas que tenían de ascender, pero comenzaron con un ritmo bestial. Y os doy mi palabra que nos perseguía nadie. No sé si una pájara (o el hombre del mazo que diría Perico Delgado), el cansancio del viaje o simplemente pagué el esfuerzo inicial, pero a mi aquél inicio me dejó cao. Pasado este tramo, un pequeño trecho algo más tendido hasta llegar al canal de piedra suelta y no tan suelta que había que acometer para alcanzar la cresta que nos llevaría hasta el objetivo.
Y desde la cumbre del Vesturhnuta, quedaba descender antes de que el sol se ocultara detrás del Kjósarbotn. Y emprendimos la bajada, por la misma ruta por la que subimos. Y no suele ser mucho más fácil que la subida...aunque hay excepciones. Nunca y digo nunca he visto bajar a nadie a la velocidad que Roi y Julio hicieron esa bajada. Por la cabeza se me pasó solicitar un control antidopping.
Cumplimos y antes de que el sol se escondiera tras las montañas, estábamos en la zona de acampada, dispuestos a preparar la cena y descansar después del primer día de trekking. Pero antes, recarga de agua en un arroyo. Agua pura, directa de la corriente a la boca. Fresca y riquísima. Madrid presume de tener un agua de excelente calidad, y de hecho yo lo creo, pero a veces las comparaciones son odiosas. Y el lugar para disfrutar de ese trago, inmejorable: a un lado un glaciar, con las montañas al otro y en frente una infinita llanura aluvial que parecía el mismo océano.
Y como mucho ambiente festivo no se respiraba en la zona, pronto al saco que al día siguiente, atacaríamos el Blatindur.
Día 4º. Ascensión al Blatindur
En este punto, decidimos descargarnos de peso. Así que, confiados una vez más en la bondad de los montañeros, dejamos gran parte de nuestras mochilas en ese lugar. No obstante, escondimos un poco los bultos. Por si acaso... Y proseguimos. Como sé que estaréis a estas alturas preocupados por si mi "pájara" del día anterior, era eso o que en realidad soy un flojo, debo decir, que este día las fuerzas me acompañaron. Y la verdad, es que disfruté muchísimo más el día.
Habíamos llegado al pie del Blatindur. Solo quedaba el ataque final y un tramo de cresta. El aspecto era duro. Pero estábamos allí para intentarlo. Subimos por la cara cubierta, la cara este. Las pendientes fuertes y el terreno piedra suelta. Un placer impagable para las piernas y los pies. Pero eso no fue impedimento para alcanzar la cresta. El viento soplaba fortísimo en la cumbre. Nos habían advertido de ello y que en ese caso desaconsejaban crestear para llegar al Blatindur. Tras debate interno, decidimos abortar el ataque. Tan cerca y tan lejos. Habíamos subido unos 1.000 metros y por apenas unos 100, nos quedamos a las puertas. No éramos capaces de mantenernos estables por el viento. Pero Islandia fue generosa una vez más y nos ofreció el justo premio al esfuerzo. Un murete de piedras que nos permitió permanecer un rato allí, al pie del Blatindur para gozar con lo que teníamos delante de nuestros ojos: la vista del glaciar Vatnajökull entre las montañas Farnesegjar y Nordurfell. Sin palabras.
La bajada, fue cómoda.Volvimos a disfrutar de ese agua fresca recién cogida de un río...¡si es que pide a gritos "bébeme"! Tan solo sufrimos un dolor generalizado de pies, en la última media hora del día. Demasiadas piedras y mucho peso. Y la sabiduría popular se hizo palabra en la boca de Roi: "cuando los pies dicen basta, se acabó". ¡Y qué razón tenía! El tramo más sencillo nos costó horrores. Lo que no había conseguido la ascensión al Blatindur, casi lo consigue un camino llano...pero solo casi.
Y cansados pero contentos, nos disponíamos a remata el día: montar tiendas, ducha, cena y al saco. Lo pudimos lograr casi todo... menos la ducha. Quizá lo que más necesitábamos y deseábamos. Pero los horarios islandeses de atención al público en ese camping acababan a las 18.00. Y llegamos algo más tarde, así que no pudimos conseguir las monedas 32 monedas de 50 coronas con las que funcionaban las duchas. Así que aseo de emergencia, utilizando métodos no del todo ortodoxos, pero efectivos 100%.
Esta noche el chef Roi nos deleitó con un suculento plato de pasta con atún. Los aperitivos, tampoco faltaron, mejillones y sardinillas. Sobremesa, charlas en las tiendas, al saco y a descansar. Eso si el viento nos lo permitía.
No me distraigo. Nuevamente, nos advirtieron de que el viento estaría soplando con fuerza desde el este todo el día, por lo que el ascenso al pico estaba desaconsejado, porque precisamente esta ascensión se realiza por la cara que ese día azotaba el viento. Pero aún así nos fuimos hacia allí, porque la ruta lo merecía y algún pico por la zona había que podía ser interesante. Y recordad, que el camino también se disfruta.
La ruta impresionante. También de las de subida constante, mantenida, nada de grandes pendientes al menos hasta que se llegaba al pie del pico. Durante toda la ascensión, el glaciar Skaftafelljökull nos vigilaba desde el este. Impacta ver la inmensidad del hielo, de la montaña y como poco a poco vas descubriendo detalles que te pasaban desapercibidos, colores que cambian según incide la luz en el terreno...alucinante. Creo que por mucho que os lo cuente no seré capaz de transmitiros la luz, el color, el sonido del viento, lo que se siente en el medio de aquella maravilla.
Y habíamos llegado nuevamente al pie de un pico. Esta vez la decisión fue sencilla. El viento no amainó en toda la subida y la ladera por la que había que ascender estaba muy expuesta. Resultado, el Kristinartindar tendría que esperar para otra ocasión. Pero había otro pico al lado (Nyrdri-Hnaukur, aunque con miedo a equivocarme), con una subida más protegida... pues ya está. Dicho y hecho. Para arriba que íbamos. Pastor a todo trapo, Julio a la zaga, Roi algo retrasado (me refiero a su posición) y yo, vigilando desde la cola que todo iba bien ;-). Una subida dura, sin contemplaciones. Y como nos venía acostumbrado el país, nuevo regalo. Una generosidad nunca vista antes.
Y cuando se sube, hay que bajar. No nos íbamos a quedar allí eternamente. Lo hicimos por el lado oeste del promontorio. Una ruta circular, en esta ocasión. Esta vertiente proporcionaba una vista privilegiada del valle de Kjós, la zona de acampada del tercer día y de los picos Tumall y Blatindur. Un descenso tranquilo, entre ese verdín tan característico de esta zona. Si hay algún color que me llevé la sensación caracteriza esta zona de Skaftafell es el verde. Aunque lo que la hace impresionante, son los contrastes, sin duda.
Y entre vistas desde la altura de casi todo lo que ya os he contado transcurrió la bajada hasta el camping de Skaftafell.
Ese día, sí que hubo ducha homenaje...cinco minutos de magnífica, revitalizante y maravillosa ducha de agua caliente. Sí, pudimos conseguir las moneditas esta vez. Y con el tiempo que teníamos de sobra, hicimos la colada como mi abuela, con jabón Lagarto. Eso sí aprovechamos los avances para secarla un poco más rápido, utilizando la secadora. Y el día se acababa con la cena y con nuestra última noche en Skaftafell.
Al día siguiente, a las 8.00 salía el autobús que nos llevaría al punto para comenzar la travesía Landmannalaugar-Skógar.
Geniales las fotos. Divertido el relato. La sana envidia me corroe. Gracias por el relato.
ResponderEliminarHola Albanel! Me alegra saber que te ha gustado, siempre anima a seguir escribiendo. Espero en breve tener la tercera entrega. Gracias por leer el blog.
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